domingo, 25 de mayo de 2008

Amar y odiar

Somos otros desde que he conseguido ver el mundo y verte a ti; desde que he conseguido dejar de ver el mundo a través de ti. Tú y tus licencias con el amor y el odio, con tus recuerdos entretejidos involuntariamente -dijiste, por ejemplo, mi padre cogió un arma y mató a un hombre el día de navidad delante de toda su familia- engendrasteis en mí el miedo: Yo he sentido miedo y he sentido la pena. Con el tiempo comprendí tu vida como una batalla desesperada hacia la paz. Todos te hemos pertenecido y, yo, he intentado corresponderte con mi silencio, con mis miradas. Pero eso no bastó para la vida, comprender al padre, para que el padre sienta la paz a su manera, no me ha servido para la vida porque tuve que aprender cómo era la sonrisa que esperabas ese día, cómo era el silencio o la voz que esperabas ese día. Tuve que dejar de mirarte para poder ver. Entonces me descubrí en el mundo, intacta, sorprendida porque yo no engendraba la pena ni la ira ni la alegría injustificada y repentina. Yo soy otra y hoy he ido a visitarte y te he dado un beso significante por que tú eres el padre; y no tiene nada que ver ir a visitarte con hacer esfuerzos para conservar tu amor. Ya te quiero porque ya he dejado de sentir tu miedo.

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