domingo, 25 de mayo de 2008

La chica de la flecha

Me he encontrado de pronto acompañada por alguien cuyo rostro no he podido ver, pero cuya presencia he sentido como alguien familiar. Ambos estamos dentro, en la casa ajena, sus habitantes duermen y atravesamos la casa sorprendidos. Es una casa sin pasillo, entras en una habitación que necesariamente lleva a otra habitación; para entrar en la habitación hemos tenido que pasar por el interior de la habitación de los padres, que duermen profuntamente, pero que nuestra presencia puede despertar. Más allá está la habitación de la chica, que desemboca en dos habitaciones más que están vacías. Hemos decidido salir hacia el jardín, por esa puerta se accede a la parte reseca y descuidada del jardín; la ventana de la habitación de la chica está protegida por una reja oxidada y la tela mosquitera está hecha jirones. Hemos entrado de nuevo, su padre en camiseta y calzoncillos mira hacia el interior de la habitación de la chica. Está allí. No nos espera, pero le tranquilizo diciéndole que soy yo; que era necesario atravesar la casa que solamente estoy curioseando y que no molestaré más, que me marcho. Me mira desde detrás de sus gafas casi invisibles, de tan discretas, y asiente con la cabeza. Poco después todos están despiertos y se muestran hospitalarios.

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